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EL BELÉN


EL BELÉN




1. El nacimiento de Jesús. “Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había para ellos sitio en la posada”. Evangelio de San Lucas 2, 6-7.
Este texto tan conciso no podía satisfacer el ansia de detalles de los fieles, pero para ello la iglesia disponía de otros relatos, los Evangelios Apócrifos, para llenar el vacío. Así el evangelio del Pseudos Mateo cuenta: Yendo ya de camino, dijo María a José: - Veo dos pueblos ante mis ojos uno que llora y otro que se regocija. A lo que éste replicó: - Estate bien sentada y apóyate sobre el jumento…Un ángel del Señor mandó parar la caballería porque el tiempo de dar a luz se había ya echado encima. Después mandó a María que bajara de la cabalgadura y se metiera en una cueva subterránea, donde siempre reinó la oscuridad, sin que nunca entrara un rayo de luz, porque el sol no podía penetrar hasta allí. Mas en el momento mismo en que entró María, el recinto se inundó de resplandores y quedó todo refulgente como si el sol estuviera allí dentro. (Evangelio del Pseudo Mateo XIII, 1 y 3).
Sigue contando este evangelio que José marchó a buscar unas parteras pero cuando regresó con ellas María había dado ya a luz. Una de las parteras, se maravilló de que hubiese concebido siendo Virgen, y sin dolor. Como dudara la otra, al extender su mano para reconocer a la Virgen quedó el brazo sin movimiento. Quedó sanada cuando tocó con su mano inmóvil los pañales del niño.
San José pretendía pasar la noche en la posada de Belén. Este tipo de albergue consistía en un amplio recinto al aire libre, o patio, encerrado en un muro que en su parte interior tenía adosada unas pequeñas construcciones, modestas estancias donde pernoctaban los viajeros. En el patio se resguardaban los animales. Pero la extraordinaria afluencia de forasteros, que habían acudido al empadronamiento ordenado por César Augusto, hizo imposible el encontrar alojo en la posada pública. José y María, por tanto, hubieron de cobijarse en alguna de las grutas naturales existentes, que posiblemente fuera utilizada por el dueño de la posada como establo de sus propios animales.


Iconografía. La iconografía cristiana ha creado dos imágenes fundamentales del hecho de la Natividad:
a) Iconografía bizantina. Nace en Siria, se extiende por todo el oriente y después a occidente, donde perdurará hasta los finales del gótico. Está basada en los evangelios apócrifos. María suele aparecer yaciendo acostada sobre un lado, a su lado el niño, fuertemente envuelto en una faja, y San José, muy cerca, que les contempla o dormita. En ocasiones aparece una partera; en otras, San José aparece entregado a pequeños trabajos caseros.
b) Iconografía renacentista. Desarrollada durante el Renacimiento hace hincapié sobre el hecho de que María parió sin dolor ni efusión de sangre, debido a la naturaleza divina del niño. La Virgen aparece con el semblante lozano, arrodillada en adoración ante su hijo acostado en un pesebre, sobre un montón de heno. San José continúa siendo un mero espectador del prodigio. A este esquema inicial se agregan a veces la presencia de la mula y el buey y un coro de ángeles. En los evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) no se hace ninguna referencia a la presencia de la mula y el buey. Es otra vez el Pseudo Mateo el que nos aporta la información. En el capítulo XIV nos dice: Tres días después de nacer el Señor, salió María de la gruta y se aposentó en un establo. Allí reclinó al niño en un pesebre y la mula y el buey le adoraron. Entonces se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: “El buey conoció a su amo y el asno el pesebre de su Señor”. Y hasta los mismos animales entre los que se encontraba le adoraban sin cesar.


2. La adoración de los pastores. Del apacible intimismo de la soledad de la Virgen y San José cuidando al niño, los artistas pasaron a reflejar en sus obras el ambiente multitudinario y festivo de los pastores adorando al niño. San Lucas nos relata: Había en la región unos pastores que moraban en el campo y estaban velando las vigilias de la noche sobre sus rebaños. Se les presentó un Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió con su luz, y quedaron sobrecogidos de temor. Díjoles el Ángel: No temáis, os anuncio una gran alegría, que es para todo el pueblo: Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre… Así que los ángeles se fueron al cielo se dijeron los pastores unos a otros: Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del Niño y cuantos lo oían se maravillaban de lo que les decían los pastores.
Iconografía. El arte primitivo, tanto bizantino como occidental limita la iconografía al tema de la aparición del ángel a los pastores. Salvo algunos pocos ejemplos del Giotto (Adoración de los pastores en la capilla de los Scrovegni, Padua), es en el siglo XV cuando se generaliza la escena de la adoración en presencia de María y José.
Como era inconcebible que en el mundo oriental alguien realizara una visita sin llevar algún regalo, los pastores de Belén llegan portando los modestos presentes extraídos de su trabajo y de sus pertenencias: queso, huevos, una gallina o un cordero. Este último hace alusión al Cordero de Dios sacrificado. La música juega un papel principal en la iconografía. Los pastores aparecen también portando instrumentos musicales (flautas, tambores, rabeles…), pues nada mejor que la música para expresar la alegría y el gozo por el nacimiento del Señor.
Estas nuevas incorporaciones iconográficas en la pintura, tomará carta de naturaleza en la imaginería navideña de toda Europa.


La tradición belenista. En la madrugada del 25 de diciembre de 1223, San Francisco de Asís, autorizado por el papa Inocencio III, celebró una tan fervorosa como original Misa de Navidad en el interior de una cueva del pueblo toscano de Greccio. Allí dispuso una improvisada reconstrucción de la cueva de Belén, acostando en un pesebre a un recién nacido del pueblo. Dos frailes figuraban ser María y José y no faltaba incluso la presencia de una mula y un buey. El milagro, reflejado por Giotto en un fresco de la iglesia Superior de Asís, se produjo cuando Jesús se apareció a los presentes en forma de niño pequeño. El hecho produjo la admiración de todos los presentes.
En los años siguientes y en la Misa de Navidad, los frailes de San Francisco siguieron escenificando el Nacimiento de Jesús, al principio con intervención de vecinos de las poblaciones donde se hallaban instalados y progresivamente con figuras artísticas o de tosca artesanía. Estas representaciones encontraron rápidamente una calurosa acogida tanto por la gente sencilla del pueblo, como por la iglesia.
En el año 1291, el escultor Arnolfo di Cambio, esculpió el que parece primer Nacimiento artístico, Lo hizo para la cripta de la capilla que guarda la reliquia del pesebre en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma. No tardó mucho tiempo en generalizarse la realización de conjuntos más o menos completos de figuras representativas de los personajes de la Navidad.
De los lugares de Italia donde con más fuerza se introdujo el Belén fue en Nápoles. La imaginería belenística encuentra en esta ciudad autores de la talla de Giovanni Marigliano (1488-1558), y en plena época renacentista, se desarrolló una ingente producción artesanal de figuras navideñas.
En rápida evolución, los nacimientos napolitanos adquieren un fuerte carácter popular en graciosa imitación – y a veces burlesca parodia- de los tipos humanos y las escenas de la vida diaria. El ejemplo cunde por gran parte de la Europa católica-romana, singularmente en Baviera, Austria, Francia y España.
En determinadas ocasiones los portales de Belén se hicieron en plata, como el que le regalaron de plata y coral al rey Felipe II de España, y que hoy se puede admirar en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid.
Pero también se usaron otros materiales. El mercedario fray Eugenio Torices (siglo XVII) realizó en cera magníficos nacimientos con figuras increíblemente expresivas, y que hoy se pueden admirar en el Monasterio del Escorial (Madrid).
En la época barroca, mediante un sistema de cuerdas que unen partes del cuerpo talladas por separado, se consiguieron figuras articuladas de vestir. También se fueron reduciendo el tamaño de las figuras, pues se podían colocar muchas más en el mismo espacio. Ya en el siglo XVIII se creaban figurillas, modeladas en barro, que no superaban los 30 cm de altura. El futuro Carlos III de España, todavía rey de Nápoles, ordena instalar en su palacio uno de estos belenes napolitanos, con lo que la difusión de estos belenes de pequeñas figuras es inmediata.
Pero antes de esta fecha ya existía en Sevilla una fuerte escuela belenística. La hija del escultor Pedro Roldán, María Luisa, más conocida como la Roldada (1654-1704), creó, preferentemente con terracota, infinidad de escenas navideñas, colocándola a la cabeza de este tipo de esculturas. Su sobrino, Pedro Duque Cornejo, siguió la tradición familiar y nos dejó en Sevilla varios nacimientos de riqueza artística incomparable.
En Valencia destacan José Estévez Bonet y José Ginés Marín. En Murcia, Francisco Salzillo (1707-1783).
Pero la gran época del belén de pequeñas figuras de vestir con la ambientación de un oriente soñado o graciosamente inspirado en el día a día del país o de la época, abarca desde el final del siglo XVII hasta finales del siglo XVIII. La mayoría de sus creadores fueron artesanos, de cuyos nombres no tenemos noticia.
A comienzos del siglo XIX, la producción en serie de figuritas de barro con los personajes típicos del nacimiento hace que se extienda la costumbre de instalar nacimientos en las casas particulares. Pocos días antes de la Nochebuena, chicos y mayores se afanaban en la ingenua creación de un imaginado Belén de cartón, corcho, aserrín y barro, poblado de entrañables personajes, ante el cual todos, haciendo sonar zambombas y panderetas, entonan villancicos.
En nuestros días, bombardeados por el consumismo y por los grandes almacenes que han invadido las calles de las ciudades con tradiciones que no son las nuestras, todavía es posible contemplar esta tradición casi milenaria. Hoy en día, la técnica hace posible crear efectos lumínicos y sonoros que hace unas décadas era imposible. A parte de los belenes particulares son muchas las asociaciones, hermandades, bancos que continúan instalando sus belenes para maravilla de grandes y pequeños.